Hoy desperté de un sueño muy hermoso. El paisaje me mostraba un cielo azulado con un poco de frío matinal, algunas montañas y flores varias.
Despierto, como cualquier día de los que tantos he vivido.
Pero al sentarme sobre la cama, veo que cada herida ha sido reabierta.
Estoy sangrando, mis brazos y mis piernas, lo que más me duele son las espinas enterradas en mi pecho, de la rosa que él me regaló. Me asusta sacarlas. Porque estas heridas no son superficiales, son de muy adentro, me atrevería a decir que casi tocan mi corazón porque me cuesta respirar.
Intento pararme pero mi cuerpo es insostenible; intento gritar pero nadie me escucha estoy sola. Recuerdo mi sueño, donde todo fue como yo quise que fuera, donde las cosas salieron perfectas y sólo recibí orgullo de la gente, de ese orgullo emocional, de ese orgullo que se infla el pecho.
Asumo que sentí frío, pero tuve abrazos que supieron abrigarme. Caigo fría al suelo.
Entiendo que mis heridas están muy poco dispuestas a sanar.
En mis manos hay espinas. Pero busco la forma de desenterrarlas de mi corazón.
Grito, como nunca he gritado en mi vida, y lloro como si el mundo se acabara.
Pero nadie me escucha, porque estoy sola.
O quizás porque ya sea demasiado tarde.
No hay cura a esta enfermedad.
Intento hacer un muro entre el pasado y el futuro y me resulta esto. Un amanecer lleno de dolor.
Porque la flor por más hermosa y fructífera que sea, aunque esté en el desierto no sobrevivirá.
Hoy comprendo que hay heridas que se vuelven a abrir. Y que odio volver a mi realidad.
Son las
Li<.